Desde el primer momento en que Gustavo Petro ganó las elecciones me pregunté si la democracia colombiana, tradicionalmente tan excluyente y reacia a los cambios, estaba lista para un gobierno de izquierda. Me asaltaba el temor de que las élites políticas y empresariales que habían crecido durante el conflicto y que habían aprendido a convivir con la ilegalidad y la violencia, fueran a oponerse a la agenda de cambio de la misma forma como lo hicieron con las reformas del 36 de López Pumarejo y luego con la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo. Pensaba que esas élites se iban a oponer con todo su poder a la agenda de cambio y que ese iba a ser el gran desafío del primer gobierno de izquierda de Colombia.
Casi dos años después ya no pienso lo mismo. Ahora me asiste el temor de que sea la izquierda que lidera el presidente Petro, la que no esté lista para entender el momento que vive Colombia.
El día que Gustavo Petro ganó las elecciones presidenciales me encontré de sopetón con el senador Iván Cepeda en el Movistar Arena, el lugar escogido por la campaña de Petro para festejar el triunfo. La gente estaba pletórica y se le veía empoderada, como si por fin una suerte de justicia histórica los hubiera sacado del ostracismo y de la estigmatización en que siempre estuvo la izquierda en Colombia. En medio del festejo, me sorprendió ver al senador Cepeda más preocupado que contento. Le pregunté cuál era la razón para su parquedad en estos momentos de gloria. Entonces subió las cejas y me respondió: “Es que ahora viene lo más difícil. Ahora nos toca gobernar”.
Dos años han pasado del gobierno de Gustavo Petro y esa preocupación que tenía el senador Cepeda de que la izquierda no supiera gobernar un país que venía pidiendo cambios, pero que estaba dividido y polarizado desde que se firmó el acuerdo de paz en el 2016, ya no es un temor sino una realidad.
Por María Jimena Duzan